martes, 23 de febrero de 2010

Un largo viaje (I)


¡Pues sí! ¿Tanto tiempo para acabar llamando a la entrada "Un largo viaje"? ¿Qué pasó? ¿Se quedó toda mi imaginación en el camino? ¿Semanas de llamadas, preparativos, trámites, reconocimientos médicos, mudanzas y envíos me han secado el cerebro? ¿Y las variadas despedidas, esas celebraciones que tienen el sabor agridulce de un funeral en vida, amargos por la pérdida de los amigos y las vivencias pasadas, presentes y futuras unidas a ellos, pero feliz porque se está vivo y eso significa que el ejercicio de la amistad aún es posible? Pues tampoco. Yo diría que un viaje de 36 horas, con un total de más de 18000 km para acabar en el otro extremo del planeta no merece otro título, del mismo modo que las donosas andanzas de nuestra despedida en Madrid no merecen menos que una futura entrada en el blog (muy probablemente llamada "los 10 momentos más bochornosos de una despedida anunciada").
El caso es que todo viaje, incluidos los más largos, tienen un primer paso, y a nosotros nos llegó la hora de partir. Fue el viernes 12 de febrero por la mañana. El plan de viaje era Madrid-Pekín-Sydney. Un total de día y medio de viaje, dividido aproximadamente a partes iguales entre las tres etapas.

Primera contrariedad: como cabría esperar, el exceso de equipaje con el que nos presentamos en Barajas fue mayúsculo, de unos 16 kilitos de nada. Como mayúsculo es el precio que los amigos de Air China nos proponían cobrar por kg de más: 53 euros. Entonces pusimos en marcha la operación con nombre en clave Saca todo lo que puedas por Dios que no nos pueden cobrar ni un duro! Dicha operación resulto exitosa, y a costa de un equipaje de mano que en mi caso pesaba más de 20 kg, nos embarcamos rumbo a Pekín.

El viaje resultó un plácido coñazo, amenizado por el llanto y los correteos de nuestros compañeros de viaje, en su mayoría chinos de vuelta a su país para celebrar el año nuevo el 14 de febrero. En fin, que digo yo que hará falta que alguien les diga que ese día no es el día de año nuevo, sino San Valentín. Si algunos con tal de no comprar un regalo ... Volviendo al viaje, uno de los mayores placeres que puede tener uno durante este tipo de viajes es ver pelis, o jugar con los videojuegos a disposición del pasaje. Pues bueno, tuve la gran suerte de que me tocó el que no funcionaba. Bueno, quedaba la otra diversión: ir al baño. Este quehacer también duró poco, pues a la segunda intentona el chiringuito estaba impracticable. Así que me tocó esperar pacientemente las 12 horas de vuelo, sin más novedad.



Por fin llegamos a Pekín (05.30 hora local, 22.30 en Madrid), donde debíamos esperar hasta las 15.00 hora local para coger el vuelo a Sydney. Mara y yo habíamos estado viendo la posibilidad de obtener un visado para visitar el centro en este intervalo de tiempo, pero no nos fue posible entre unas cosas y otras, y nuestra perspectiva era la de esperar confinados en el aeropuerto hasta las 15.00. Sin embargo, al pasar por el mostrador de inmigración, preguntamos y dijeron que te hacían un visado de tránsito de 24 horas. Podríamos visitar Tian'men y la Ciudad Prohibida, entrar en la China comunista.

Salir de la terminal 3 del aeropuerto de Pekín no fue tampoco coser y cantar. En el mostrador de inmigración conocimos a Santi, un barcelonés integrante de la selección española de Karate que viajaba a Sydney en busca de su novia. La verdad, que para meterte en una ciudad desconocida, nada mejor que un karateca, ¿no? El caso es que formamos comando, y tras vagar en busca de una consigna y yuanes con los que comerciar, tomamos un cafe y pusimos en marcha la operación Regatea con el taxista el precio del viaje hasta Tian'men.

Si soy sincero, nuestros intentos por abaratar el coste del taxi fueron poco fructíferos. De 200 yuanes iniciales, solo alcanzamos una mísera rebaja de 30 yuanes (al cambio unos 4 euros de rebaja sobre 23 o así), y eso que llegamos a fingir una discusión, pero hacía algo de frío y aceptamos el precio. El viaje hasta el centro, muy tranquilo, a través de autopista (de peaje para entrar en el aeropuerto, 10 yuanes que el "peseto" o "yuaneto" te intenta cobrar) o grandes avenidas jalonadas de edificios de viviendas comunista, que acaban dando paso a otros más emblemáticos. Por el camino iba mirando por la ventana y me pareció ver un río congelado. Total, que en 35 minutos llegamos a nuestro destino, y pudimos confirmar que sí, efectivamente el río estaba congelado, y que hacía un frío muy considerable. Y nosotros de sport, jeje ...

He de decir que la plaza Tian'men me pareció más pequeña de lo que esperaba, aunque de por sí es bastante grande. Para acceder a la plaza, hay que superar un control de seguridad tipo aeropuerto, y la plaza en sí tiene unas 3/4 cámaras por farola y unas cuentas decenas de farolas. O sea, ahí no se mueve nada sin que el Gran Hermano se entere. La plaza está presidida por la Puerta de Tian'men, donde está Mao con su mirada a medio camino entre paternal e inquisidora. El caso es que el frío era de consideración, y que los ríos no se congelan porque sí. Con los pies helados, y las orejas a punto de caer, tuve que hacer algo drástico, heroico, algo humillante, la verdad, y comprar un gorro con orejeras. Hasta aquí nada extraño, si no fuera por el hecho de que el gorro era de ... ¡tigre! Yo decía que era en honor al año del tigre a punto de comenzar, pero la gente no paraba de mirar.

La Ciudad Prohibida es un complejo bestial de palacios y dependencias imperiales. No se accede al interior de los palacios, pero el recinto, de unas 13 hectáreas, es sencillamente impresionante. Siempre lamentaré estar absolutamente aterido y no aprovechar mejor esa visita, y prestar más atención a cada detalle. Aún así, hicimos lo que pudimos, y aguantamos hasta mediodía, cuando entramos en una especie de cafetería/tetería en el interior de la ciudad a tomar un te caliente. Todo con el gorrito de tigre, claro. Por cierto, que nuestro compañero de viaje, Santi, compró uno parecido de oso panda. 

Al salir a Tian'men de nuevo, nos quedamos sin poder entrar en ningún museo, porque estaban todos tres días cerrados por las festividades de año nuevo. Así que decidimos volver al aeropuerto, a entrar en calor. Para ello, fue necesario activar el dispositivo Regatea con el taxista el precio del viaje hasta la terminal 3 del aeropuerto. Aquí nos pusimos farrucos y conseguimos volver por 100 yuanes. O eso creímos, porque el tipo nos montó en el taxi, pero no hablaba ni una palabra de inglés (la verdad es que no probamos con el español). El caso es que después de cinco minutos dando vueltas, me pone a su colega por radiotaxi, preguntándome, en un inglés que me hace parecer Shakespeare, dónde vamos y cuanto vamos a pagar. No terminó de quedarme claro que aceptaran el precio, pero afortunadamente, el tipo tragó, y nos llevó al aeropuerto sin mayor novedad, si exceptuamos una parada, con el taxímetro en marcha, en el arcén de la autopista para limpiar CON UN PLUMERO el exterior del coche. Surrealista. Aunque para listo el taxista, que se olvidó de sumar y quiso improvisar un toco-mocho que no fraguó.

Todo esto nos deja en Pekín el sábado 13 de febrero, en espera de la siguiente etapa Pekín-Shanghai-Sydney, y con el regusto de las experiencias vividas en la capital china.